La Luna

Todos las noches  Fer sale de su casa y se dirige a un parque cercano con la finalidad de sentarse en una fuente, mirar al cielo y platicar con la luna. Le cuenta todo: como le fue en el día, sus secretos, sus sueños e ideas que tiene en mente.

Cierta noche, más fría de lo común, terminando de hacer sus deberes fue al parque, se sentó en la fuente y comenzó a jugar con una flor de color morado que traía en las manos;  al mirar el cielo vio que  se encontraba nublado así que espero un poco para poder ver la luna. Después de un rato el cielo no se despejaba.

Fer buscó por todos lados pero no logro ver nada debido a que el cielo seguía nublado. Lo primero que pensó es que las nubes eran demasiadas y no la dejarían ver la luna llena que según el calendario se vería esa noche. Se recostó en la orilla de la fuente algo triste porque no la pudo ver, más aún porque no la pudo ver específicamente ese día que para ella era especial.

¿Por qué tuvo que ser esa noche? – Se preguntaba- Mil respuestas llegaban a su cabeza sin convencerla por completo. Lo único de lo que estaba segura  era de que se marcharía pronto; cuando estaba por hacerlo vio como una señora ya de edad avanzada se acercaba al parque. Apenas  podía caminar y nunca antes la había visto, al parecer era de esas señoras que vendían dulces, cigarros, cacahuates etc. No le dio mucha importancia y siguió su camino, al pasar junto a la señora notó un aspecto extraño en ella: se mostraba pálida, su cara llena de arrugas y tenía los ojos cerrados.

Algo preocupada y asombrada de que aquella anciana se encontrara a esa hora de la noche en el parque se le quedó viendo de una manera peculiar y terminó por sentarse junto  a ella, se mantuvo en silencio pero al ver que la anciana no reaccionaba y se mantenía inmóvil le preguntó si se encuentra bien. La anciana no respondió. Fer se puso de pie frente a ella y se dio cuenta que estaba bien, tenía los ojos abiertos y parecía estar meditando, volteó a verla y le dijo que si ya había visto la luna esa noche, que era increíble la forma en que ésta brillaba. Anonada con su pregunta contestó  a la mujer que esa noche no había luna, ella llevaba ya un rato esperando verla y nunca lo logró.

Con una pequeña sonrisa la anciana le dijo que la luna estaba ahí, que siempre lo había estado, el chiste es que la buscará y así la encontraría las veces que quisiera. Algo molesta y pensativa Fer volteó al cielo, movió la mirada tratando de encontrarla pero su intento fue nulo porque no logro verla. La anciana volvió a sonreír y soltó una pequeña risa, se paró a duras penas apoyándose en el hombro de Fer la cual la ayudo.

Mira, le dijo, señalando con su mano derecha hacía una parte del cielo, ahí está, observa bien, búscala con tu corazón y la verás. Fernanda alzó nuevamente la mirada hacía donde la vieja señaló y con las palabras de aquella mujer en  su cabeza después de un par de segundos logró ver la luna, lo hizo como nunca antes: brillando con una intensidad increíble, de  un tamaño mucho más grande a lo común y muchísimo más hermosa.

 Esto lleno a Fer en su interior de una asombrosa paz, sentía el latido de su corazón tan fuerte que creía que se saldría de su pecho. Cerró los ojos y creyó que comenzaba a levantarse del suelo como si fuera hacía donde la luna. Dio un fuerte suspiro y abrió los ojos.

Al voltear a su alrededor se dio cuenta que la anciana ya no estaba, en su lugar se encontraba una hoja doblada y una flor. Algo confundida se sentó en la fuente, tomo la flor la cual tenía un aroma que se le hacía familiar y que era delicioso, la olió y se le vino a la mente la imagen de una mujer que fue muy importante para ella, que había logrado trascender en su vida y le estaría agradecida por todo lo que le enseño y de igual forma le vino a la mente la anciana la cual le recordó lo increíble que es sentir y buscar algo mediante el corazón.

Tomó la hoja, la leyó atentamente mientras las lágrimas brotaban de sus ojos los cuales cerró después de leer, doblo la hoja y la acercó a su pecho. Así estuvo un par de minutos. Volvió abrir los ojos y tomó la flor que había dejado en la banca, de nueva cuenta volvió a olerla y la lanzó a la fuente dejándola flotar  a la par que una sonrisa se dibujaba en su rostro. Secó las lágrimas de sus mejillas, guardó el papel, volvió a dar un suspiro y se fue a casa con dos palabras en la cabeza y corazón: aquí y ahora.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

saludos..espero seguir leyendo mas de tus publicaciones, estan de alarido, me gusta la lectura, y la musica, felicidades , te sigo leyendo, saludos nuevamente.........