Domingo

 A pesar del contexto social que se estaba viviendo, trataba de llevar sus actividades lo más normal posible; el estilo de vida que tenía no se alejaba mucho del presente. Los domingos por lo regular es un día de estar en casa. Terminar los quehaceres, lavar, ir por despensa, preparar la semana, etc. En lo que sí hubo modificaciones fue en las dinámicas de la chamba; la situación ya comenzaba a teñir de rojo algunos números. Ésto lo llevo a revisar en cajas guardadas cosas que seguramente le vendrían bien en los cambios. Sacó, guardó y volvió a sacar cosas que consideraba y otras que no. No concluyó como le hubiera gustado, pero al ver el resultado, no le pesó. Algo que dejó afuera con la finalidad de revisar fue un folder con escritos que ya les pesaba el tiempo y quizá todo lo contenido en él. Recordó si había quedado alguna chela del día de ayer en el refrigerador,  la respuesta fue negativa. Ya era tarde y por la ley seca era imposible conseguir algo en el oxxo.  En la alacena solo había tequila, idea no bienvenida. Lo que sí había, y nunca lo abandonaba, era el café; por lo que se dispuso a preparar uno.  Mientras lo hacía se preguntó la razón de querer beber cerveza. No tenía antojo ni nada; la frase seguía en el aire pero algo dentro de si mismo le impedía clavarse en encontrar la respuesta. La cafetera avisó que el café estaba listo,  tomó su taza y al estarse sirviendo la idea se diluyó en su contenido. Se sentó, tomó el folder en sus manos y se dispuso a realizar una breve expedición en su contenido tomando una hoja al azar, leerla y  de recordar cuando escribió eso. Poco menos de una hora fue lo que estuvo leyendo varias hojas, recordando y en algunas ocasiones volviendo a sentir. El primer bostezo que le arrancó la cama fue el  causante que finalizara la expedición, justo antes de levantarse tomó la última hoja, ésta,  al ser leída le provocó una ligera sonrisa en su rostro, se asemejaba mucho al momento que vivía.  "El vacío es el principio de todas las cosas" Busco en su escritorio el corrector que él aseguraba tener. Lo abrió y acercó al papel, específicamente en la última frase donde antes había dejado tres puntos,  quizá suspensivos, para dar paso a borrar dos.

Viernes

21:03 pm.

- (Vibraciones continuas sobre la mesa)

Un suspiro es arrojado al vacío mientras las últimas notificaciones en la pantalla eran leídas.El equipo de trabajo seguía enviando detalles de los asuntos pendientes; lo sabía y muchas veces le llegaba a pesar, cualquier documento del área tenía que pasar por su revisión y firma. No era prudente dejar en visto los mensaje así que fueron tecleados algunos requerimientos y órdenes.

La recién terminada lluvia había dejado un leve rastro de petricor que armonizaba la noche dejando un agradable ambiente. Entre volutas de humo, sorbos de café y lapsos de silencio eran contestadas preguntas con respuestas y comentarios desatinados con la intención de amenizar el momento sin mucho éxito, el móvil era una mayor prioridad.

Ese silencio, distinto al citadino y muy difícil de encontrar hoy día, fue penetrado por un espiral de humo que era disuelto en el aire dejando un olor bastante peculiar provocando que la atención se dirigiera a la derecha, a la par que el eco de una voz advertía “Will send the dark underneath” 

“The Rip de Portishead” -Interrumpió una voz- Pfff…¡es un rolón!. Comentó al aire pero por alguna razón que no sabía, con dirección y destino. No hubo respuesta verbal sino sólo un breve intercambio de miradas. El silencio regresó.

Un cenicero improvisado con algunas colillas apagadas y poco más de dos tazas de café americano enmarcaban aquella fotografía que poco a poco se iba fundiendo con el tiempo y espacio sin saber que la pureza del cielo brillaba y reflejaba lo único que esa noche ofrecía:

Esencia.
El Aquí y el Ahora.

Entretanto Beth Gibbons sentenciaba: Will I follow?


Esperando.


“Tres de la tarde en El Moro, quiero chocolate en lugar de cerveza” –Sentenció ella-. Aquel lunes había amanecido bastante nublado en toda la ciudad con un alta expectativa de lluvia según los reportes meteorológico.

Con una atroz apatía tomaba un café americano mientras revisaba en su celular el correo que le indicaba el día que tendría que ir a firmar el oficio. El día era en dos semanas. Leer esto sólo le produjo soltar un suspiro y hacerse mentalmente la pregunta: “¿Hasta cuándo terminará esto?”

No se atrevió a entrar al cuarto, por lo que busco en el cesto de la ropa para lavar alguna camisa que no oliera tan mal y no estuviera tan sucia; no había lavado durante el último mes. La elección para poder volver a ser usado fue una camisa verde.

Ya vestido y dispuesto a salir, le vino la idea de sentarse en el sillón; aún era temprano: once cuarenta y nueve de la mañana. El sitio de reunión le quedaba bastante cerca, no más de treinta minutos en bici o cuarenta y cinco caminando. Sin percatarse del tiempo se quedó dormido en aquel sillón que tiene tantas historias que contar. Fue un dolor muscular del cuello lo que lo hizo despertar, eran dos de la tarde con cinco minutos, ver la hora no le provocó mucha preocupación ya que no llegaría tarde aunque pasó por su cabeza la idea de mandar un whats para cancelar la cita. No lo hizo.

Mientras caminaba al lugar del encuentro planeaba estratégicamente los argumentos que serían dichos para salir lo menos “raspado” posible. En el fondo sabía que tendría que volver a afrontar el tema, que las consecuencias resultantes cada que lo hacía volverían a aparecer; no serían excepción con este nuevo enfrentamiento; lo único que pedía es que éstas no lo volvieran a ingresar al Ramón de la Fuente. Considerando todo esto aceptó acudir con la esperanza de ponerle punto fina al asunto.

Cuando llego al Moro, trato de recordar la última vez que había entrado a la churrería, no lo consiguió pero era un hecho que había sido hace ya más de una década, incluso más por el recuerdo de poder fumar dentro del establecimiento. Llego dos cincuenta y cinco de la tarde, diez minutos antes. Siempre había tratado de ser puntual llegando entre cinco y diez minutos antes de la hora acordada independientemente del rubro que tratara la cita; esta vez no fue la excepción.

Entro dos cincuenta y ocho. Pidió a una de las mesera le diera alguna mesa del fondo. Ya en ésta comenzó a leer el menú; chocolate y churros fue lo primero que leyó para en seguida expresar su desagrado mediante un “¡Bah!” aun así continuó leyendo. Concluyo tres cosas: la primera, aquella carta necesitaba urgentemente un rediseño; dos,  eran tres con doce minutos y aun se encontraba sólo; tres, no tenía el ánimo para pedir chocolate. Fue hasta el penúltimo renglón de la carta que encontró a su cómplice, aquel que lo había acompañado y estado presente en los pocos momentos importantes de su vida, incluso un par de veces estando en prisión.

Pasaron 15 minutos y ya con café en mano se dispuso a seguir esperando.