Antiinflamatorios y antibióticos para los moretones y mordidas respectivamente. Eso era lo que estaba escrito en la receta de Ana, la cual estaba en su escritorio junto a dichos medicamentos.
Eran ya varios días en los que Ana amanecía con heridas en su cuerpo tal y como le había dicho al doctor. No sabía cómo se producían, al principio las asoció con golpes que quizá ella misma se producía al moverse en la cama mientras dormía. Pero cuando las mordidas se hicieron presente comenzó a preocuparse.
La situación fue aumentando día con día, las heridas eran cada vez más frecuentes y más llamativas. Aunado a esto, comenzó a sentir que en las noches alguien se paraba cerca de su cama, cada vez más cerca de su persona. Había días en los que sentía como si alguien la moviera de los hombros. Una mano muy fría decía. Esto provocaba que despertará, al hacerlo volteaba hacía sonde creía había estaba esta persona y nunca encontraba nada.
Ana se asustaba día con día, le daba pavor regresar a su casa después del trabajo, una cafetería cerca de su casa donde era mesera. Era a las tres de la mañana era cuando siempre era despertada por algún incidente.
Cierto día a la misma hora escucho un fuerte grito en su oído provocando que callera del la cama y comenzará a llorar…”¡Ana! ¡Ana!, despierta Ana, ¡Qué despiertes! Esa vez después de estar un rato en el suelo fue a la cocina, preparó un café muy cargado y prendió un cigarro hasta que se calmo. No era muy religiosa pero como cada vez aumentaba de intensidad la situación, rogaba a Dios que la dejaran en paz.
Ya no lograba conciliar el sueño regresando del trabajo. La cocinera del su trabajo le había escuchado y regalado una cruz para que la pusiera encima de su cama, ésta nunca detuvo que la dejarán de molestar, incluso la tiró una vez terminadas las noches llenas de sustos. Ana ya no sabía qué hacer, lloraba todas las noches. Un día encontró una playera blanca en su cama, pertenecía a un hombre por el tamaño y olor, no la reconocía, pensaba y no encontró algo familiar en ella, provocando que se espantara cada vez más. Esto fue el colmo y se dirigió al casero para informarle de la situación; éste le dijo que en el departamento nunca había habido algo así, era la 4ta persona que lo habitaba y primera en decirle estas cosas.
La noche siguiente de haber encontrado la playera no aguanto más y del trabajo se fue a casa de su abuela que vivía muy cerca del restaurante. Al llegar a casa de ésta noto que estaba sola, resulta que sus tíos y primos habían ido de viaje. Tomó de pretexto que hace mucho tiempo no la visitaba por el trabajo, pero la verdad era que moría de miedo por regresar a dormir a su casa.
Cenó con su abuela y estuvieron platicando hasta ya entrada la noche. La abuela notó que eran ya las dos y media de la madrugada y que seguían despiertas. Era tan amena la plática y el frio tan fuerte que subió por un par de chales para cubrirse, Ana asintió y se dispuso a preparar más café para continuar con la charla. Su mente estaba despejada de todos los sustos que había tenido las otras noches. La lluvia se hizo presente y no cesaba. Antes que la abuela bajará un fuerte relámpago hizo que se fuera la luz, esto provocó que Ana se pusiera algo nerviosa. Otro más hizo que la cocina se iluminará de pronto haciendo que saltará de la silla y su corazón se acelerará más de lo normal. Lo segundo no había sido por el destello de luz ni por el estruendoso trueno, lo que había logrado olvidar esa noche ahora lo tenía muy presente. Volvió a sentir una presencia en la cocina que no era precisamente la de su abuela.
Eran ya casi las tres de la mañana, su ansiedad se desbordó y comenzó a temblar. El café ya estaba listo en la cafetera, se puso de pie y dirigió a donde esta; debido a su estado emocional y físico soltó la jarra al intentar servir el café provocando que cayera al suelo rompiéndose y regando todo el café. Ana se sentó en el piso y comenzó a llorar por la sensación que tenía.
La luz no regresaba y su nerviosismo aumentaba. Volteó y trato de dirigirse a la sala, al dar un par de pasos un nuevo relámpago hizo acto de presencia haciendo que Ana alcanzará a ver la silueta de un hombre lo cual terminó de espantarla debido a que en la casa no había nadie más su abuela y ella. Dio un grito y salió corriendo de la cocina con los ojos cerrados, como no veía nada chocó con un sillón y por inercia del golpe cayó, ya en el piso boca abajo comenzó a llorar y gritar que la dejará en paz.
¡Ana! ¡Ana! ¿Qué tienes?.....se alcanzaba a escuchar. De pronto una mano se acercó poco a poco a ella hasta tocarla, al hacerlo Ana se sobresaltó y gritó de nueva cuenta: ¡¡Déjenme en paz!! Al darse cuenta de que la luz ya había regresado alzó la cara y vio que era su abuela la que estaba a su lado. Se puso de pie, secó las lágrimas y fue con ésta a la cocina.
La Abuela limpió el café y puso té en un pocillo. Ana sentada en la mesa fumaba un cigarro mientras le contaba a su abuela lo que le había estado pasando. Ambas concluyeron que se trataba de un fantasma que le intentaba decir algo; el consejo que fue recibido por parte de la abuela fue la próxima vez que se le apareciera, lo más tranquila que pudiera le preguntara qué era lo que buscaba o quería.
Al día siguiente Ana regresó de trabajar, preparó café y fumo antes de irse a la cama. No lo graba dormir y veía continuamente el reloj, dos, dos y media, dos cincuenta. Ella sabía que a las tres de la mañana este fantasma aparecería, llegó la hora y no pasaba nada lo cual hizo pensar a Ana que los sustos la dejarían por fin en paz. Se sentó en el borde de la cama con la mirada hacía el suelo, después de un par de segundos sintió como si alguien estuviera en el cuarto, sin voltear al frente dio un suspiro y lo más tranquila que pudo repitió la pregunta dicha por su abuela:
-¿Qué es lo que quieres?
Al decir esto escuchó cómo era abierta la puerta de su cuarto dejando entrar un haz de luz que iluminaba parte de su escritorio. Se puso de pie y alcanzó a ver sobre éste donde incidía la luz, se acercó y vio que era una carta lo que estaba en su escritorio la cual tenía escrito su nombre: Ana.
Tomó la carta con cierto miedo, la abrió y comenzó a leer. Se dio cuenta que la carta no estaba dirigida a ella si no a otra mujer.
Idalid.
No sé cómo iniciar esta carta, antes que nada te ofrezco mis más sinceras disculpas de todo corazón y me arrepiento por aquella decisión que tomé.
Aun recuerdo aquella noche amor, dónde me dijiste que estabas muy confundida, que tenías que tomar tu distancia, que no te sentías libre; si tan sólo hubiera sabido que era momentáneo. Recuerdo que no te escuché y que me fui de ese café dejándote sola. Estaba muy enojado y quizá más confundido que tú. Como quisiera regresar el tiempo y decirte lo mucho que te amo y como fui tan tonto como para equivocarme aquella noche.
Ahora sé que no puedo regresar el tiempo, que toda acción tiene sus consecuencias y que algunas son irreparables- pero quiero que sepas que nunca te dejé de amar y pienso en ti todos los días. No pienses que aquella noche no volví a buscarte no porque no quisiera si no porque el destino me tenía preparada otra cosa.
Yo te esperaré todo el tiempo necesario para que volvamos a estar juntos, que cuido de ti todas las noches que pasas llorando en vela por aquella noche. Vayas donde vayas yo te seguiré, tu sombra en el camino seré y las huellas que dejes se convertirán en mi camino terrenal. No tienes idea las ganas que tengo de volver a besar esos labios, tengo una inmensa cantidad de besos que son solo tuyos.
No importa si a ti misma te engañas o mientes, que no quieres volver a saber de mí. Yo sé que entre mis brazos recobrarás la esperanza. Nunca te recuerdo porque no te olvido por eso te pido desde lo más profundo de mi corazón que me perdones por el error que cometí al salirme corriendo de ese café y no fijarme en los carros que venían al cruzar la avenida.
No te quiero volver a ver llorar por las noches con ese nudo en la garganta. Quiero que seas feliz y vivas intensamente día con día. Perdóname amor mío, mi pequeña Idalid.
Te amo y nunca lo dejaré de hacer.
Tuyo siempre, Edgar.
Las lágrimas brotaban de los ojos de Ana al terminar de leer la carta; un sentimiento parecido a la nostalgia se hizo presente en su corazón. Secó las lágrimas de su rostro, al hacer esto una mano tocó su hombro, esta vez no estaba fría como solía sentirla, ahora el contacto era muy cálido, al sentir la mano Ana subió la suya para tomarla, al principió creyó haberla tocado pero cuando se percató la tenía en su propio hombro. Dio un fuerte suspiro y dijo con voz entrecortada:
-Te entiendo, sé lo que significa una pérdida así.
Dejó la carta en el escritorio y notó que en sobre había también una foto, la sacó y se le quedó mirando fijamente, no lograba identificar a las personas en ella, trato de recordar rostros pero fue en vano, de entre todos los rostros ninguno concordaba con los de la foto.
Guardó la foto y carta en el sobre y éste en un cuaderno que solía cargar diario en su mochila. Sacó un cigarro y se recostó en su cama, sólo dio un par de fumadas y quedó dormida mientras el cigarro se consumía en el cenicero.
Al día siguiente como era la rutina, Ana despertó, desayunó, hizo un poco de ejercicio y se fue a trabajar. Camino al trabajo pensaba mucho en la carta y lo que estaba escrito. Por la tarde ya en el restaurante, le tocó atender a una pareja que sólo tomaba café después de la partida de uno de los comensales la chica que se quedo comenzó a llorar mientras le pedía más café a Ana, la cual se percató que aquella chica a la cual no le había puesto mucha atención se le hacía familiar.
¡Claro! –Pensó- es la chica de la foto. Corrió rápidamente a su mochila, sacó el cuaderno, tomó el sobre y sacó la foto, observo a la chica y efectivamente era ella. Se acercó a la mesa, dejó una taza de café y le hizo entrega del sobre con ambos documentos diciéndole que se la mandaban; para sorpresa de Ana el sobre ya no tenía su nombre escrito. Regreso a la cocina y observo a la chica de lejos.
La chica algo atónita por lo que había pasado comenzó a leer la carta, al hacerlo las lágrimas escurrían por su rostro a la par que una sonrisa se dibujaba en su cara. Tomó la carta y la acercó a su pecho dando un gran suspiro con los ojos cerrados para después comenzar a buscar a su mesera con la mirada, al darse cuenta de esto, Ana se escondió en la cocina pero aun alcanzaba a ver aquella chica, la cual volteaba para todos lados; checó la hora en su celular, se puso de pie, dejó un billete de doscientos pesos en la mesa y salió del lugar.
Una paz inmensa invadió a Ana mientras se recargaba en la pared, dirigía la mirada hacía el techo y soltaba una ligera sonrisa......
Desde aquel día deje de visitar la casa de Ana por las noches.
Desde aquel día deje de visitar la casa de Ana por las noches.
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