Decidir.

Adrenalina recorriendo su cuerpo. Eso es lo único que se me viene como idea cuando pienso en lo que sintió aquel chico, aquel muchacho que por azares del destino pude observar como caía de un cuarto piso. ¿Pensar? Nada, no creo que en esos aproximados cuatro segundos que duró su entrega a la gravedad pudo haber pensado en algo; y si es así,  ¿qué pudo haber sido mientras su cuerpo viaja libremente por el vacío? Nadie lo sabrá.

Cuando recuerdo aquella escena, no llega a mi ningún sentir o pesar, simplemente la imagen de este joven de no más de treinta años aproximadamente aventándose o, ¿suicidándose? aquella mañana alrededor de las diez de la mañana en la colonia centro a través de su ventana.

La mayoría de los puestos y locales sobre eje central se encontraban aun cerrados por la hora y dejaba ver un numero menor de personas que de haber sido un par de horas más tarde, sería demasiada; las escasas que había en esos momentos en la zona, específicamente en la calle de… no recuerdo la calle, supongo se disponía a ir a sus respectivos trabajos justo en el momento en que sobre Lázaro Cárdenas el súbito sonar de sirenas, tanto de patrullas como de ambulancias rompió la tranquilidad citadina dirigiéndose a la zona del incidente.

Con cigarro en mano observaba desde la acera, justo en la esquina de aquella calle,  como atrás de los vehículos antes mencionados algunos transeúntes los seguían al mismo lugar hasta ese momento desconocido para mí. Fue gracias a un comentario de desagrado lanzado al aire por un señor que venía del lugar de los hechos que supe de que había sucedido: “Pinche loco, ¿cómo se atrevío a suicidarse? Aunque pa’mí que lo aventaron”

Una extraña sensación, curiosidad quizá, o ¿por qué no? morbosidad (La naturaleza humana presente) llegó a mi ser y me hizo caminar junto con varios chismosos a la escena ya cercada por las autoridades. En efecto, tirado sobre el asfalto, se encontraba un cuerpo cubierto por una sábana ya ensangrentada en la parte de lo que podría ser la cabeza del supuesto suicida. Poco a poco los policías comenzaron a alejar a la creciente multitud que ya se daba cita.

Haciendo referencia a las personas aledañas al cuerpo y con los servidores públicos,  al parecer no había familiares o conocidos,  ya que no había ningún brote histérico o de llanto por el muerto. Era una persona  entregada a la soledad -Pensé yo-
Se escuchó como un vidrio era roto en las alturas, lo que provocó que todos volteáramos hacia arriba,  específicamente a la ventana donde antes estuvo el cuerpo con vida del ya occiso, para percatarnos que una chica se encontraba en la misma marquesina. Un bullicio comenzó a surgir de la masa presente que aunado a la distancia donde me encontraba, no permitió que las palabras de la chica fueran escuchadas; ahí desde su púlpito a lo alto, pertenecientes a una  predicación  antes de dar su vida por quien sabe qué chingados.

Mi situación no era para tanto como para involucrarme más de lo que ya estaba. En esos momentos no contaba con cámara fotográfica ni celular, por lo tanto no pensé en registrar aquel incidente, no así los demás espectadores que desde lejos buscaban el adecuado encuadre y punto de vista para obtener la mejor toma;  yo era un simple testigo y más allá,  su cómplice.

La vida no es una película para que ciertas escenas que vivimos sucedan en slow motion.  El tiempo es un hijo de la chingada que no entiende ni siente, mucho menos da segundas oportunidades. Todo pasa al ritmo que él  decida; existen instantes, escasos segundos, donde suceden algunas de las buenas cosas que tiene esta vida: la felicidad, el último suspiro de vida, un orgasmo, o la caída que vivió el cuerpo minutos antes.

Sin haber podido escuchar ninguna de las palabras de aquella diosa, ésta se dejó caer para dar el paso más grande su vida y recibir el putazo más fuerte también, sin darnos la oportunidad de poder preguntarle qué se siente hacerlo.

No sé ni me interesa las razones por las que este par de personas lo hicieron. No hubo llanto ni dolor; mucho menos arrepentimiento, sino perfección, fueron perfectos, tenían en su ser el conocimiento de la muerte, eran más que todos los que  presenciaron aquel hecho, aquella decisión,  incluso que yo, que no había pensado en aquel incidente hasta el día de hoy, hasta este momento que me encuentro nuevamente en la marquesina de la ventana.

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