Carta para Idalid 2.0

Antiinflamatorios  y analgésicos para los moretones y mordidas era lo que estaba escrito en la receta médica entregada hace ya varios días, la cual estaba en una mesa junto a dichos medicamentos. Eran ya varios días en los que Ana amanecía con este tipo de heridas en su cuerpo tal y como le había dicho al doctor. No sabía la razón por la cual éstos aparecían. Al principio las asoció los moretones con golpes que quizá ella misma se producía al moverse en la cama mientras dormía, pero cuando las mordidas se hicieron presente comenzó a preocuparse.

La situación fue aumentando día con día, las laceraciones eran cada vez más frecuentes e intensas. Aunado a esto, comenzó a sentir que en las noches alguien se paraba cerca de su cama, cada vez más cerca de su persona. Había días en sentía como si alguien  la moviera de los hombros; una mano muy fría decía. Esto provocaba que despertará, al hacerlo volteaba hacía dónde creía había estaba esta entidad pero nunca encontraba nada.

Ana se encontraba en un estado constante de pánico, le daba pavor regresar a su casa después del trabajo, una cafetería cerca de su casa donde era mesera. Notó que era usualmente entre las tres y tres y media de la mañana cuando era despertada por alguno de estos incidentes.

Cierto día a la misma hora escucho un fuerte grito en su oído provocando que callera de la cama y comenzará a llorar…

”!Ana!, ¡Ana!, despierta Ana, ¡Qué despiertes!”

Después de estar un rato llorando en el suelo fue a la cocina, preparó un café muy cargado y prendió un cigarro hasta que se calmo. No era muy religiosa pero como cada vez aumentaba de intensidad la situación, rogaba a Dios (esperando que no fuera cierto) que la dejaran en paz.

Ya no lograba conciliar el sueño regresando del trabajo. La cocinera de éste  había escuchado por lo que le regaló una cruz para que la pusiera encima de su cama para ayudar a que las cosas se calmaran. Ésta nunca detuvo que la dejarán de molestar. Ana ya no sabía qué hacer, lloraba todas las noches y su rendimiento en el día disminuyó considerablemente. Un día encontró una playera blanca en su cama, pertenecía a un hombre, esto lo dedujo por el tamaño y olor de ésta; no la reconoció, pensaba cuál podría ser el dueño de la prenda pero  no encontró algo familiar en ella, provocando que se espantara más.

El incidente de la playera fue la gota que derramó el vaso, por lo que se dirigió al casero para informarle de la situación. Éste dijo que en el departamento nunca había habido algo así, era la 4ta persona que lo habitaba y primera en decirle estas cosas. En el fondo la consideraba una “pinche loca, marihuana que seguramente no la controla”.

La noche siguiente de haber encontrado la playera no aguanto más y del trabajo se fue a casa de su abuela que vivía muy cerca del restaurante. Al llegar a casa de ésta noto que estaba sola, resulta que sus tíos y primos habían ido de viaje. Tomó de pretexto que hace mucho tiempo no la visitaba por el trabajo, pero la verdad era que moría de miedo por regresar a dormir a su casa.

Cenó con su abuela y estuvieron platicando hasta ya entrada la noche. La abuela notó que eran ya las dos y media de la madrugada y que seguían despiertas. Era tan amena la plática y el frio tan fuerte que subió por un par de chales para cubrirse, Ana asintió y se dispuso a preparar más café para continuar con la charla. Su mente estaba despejada de todos los sustos que había tenido las otras noches. La lluvia se hizo presente y no cesaba. Antes que la abuela bajará un fuerte relámpago hizo que se fuera la luz, esto provocó que Ana se pusiera algo nerviosa; otro más hizo que la cocina se iluminará de pronto haciendo que saltará de la silla y su corazón se acelerará más de lo normal. Lo segundo no había sido por el destello de luz ni por el estruendoso trueno, lo que había logrado olvidar esa noche ahora lo tenía muy presente: volvió a sentir una presencia en la cocina que no era precisamente la de su abuela.

Eran ya casi las tres de la mañana, su ansiedad se desbordó y comenzó a temblar. El café ya estaba listo en la cafetera, se puso de pie y dirigió a donde ésta; debido a su estado emocional y físico soltó la jarra al intentar servir el café provocando que se cayera al suelo rompiéndose y regando todo el café. Ana se sentó en el piso y comenzó a llorar.

La luz no regresaba y su nerviosismo aumentaba. Volteó y trato de dirigirse a la sala, al dar un par de pasos un nuevo relámpago hizo acto de presencia haciendo que Ana alcanzará a ver la silueta de un hombre lo cual terminó de espantarla debido a que en la casa no había nadie más su abuela y ella. Dio un grito y salió corriendo de la cocina con los ojos cerrados, como no veía nada chocó con un sillón y por inercia del golpe, cayó, ya en el piso boca abajo comenzó a llorar y gritar que la dejará en paz.

¡Ana! ¡Ana! ¿Qué tienes?.....se alcanzaba a escuchar.

De pronto una mano se acercó poco a poco a ella hasta tocarla, al hacerlo Ana se sobresaltó y gritó de nueva cuenta: ¡¡Déjenme en paz!! Al darse cuenta de que la luz ya había regresado alzó la cara y vio que era su abuela la que estaba a su lado. Se puso de pie, secó las lágrimas y fue con ella a la cocina.

La Abuela limpió el café y puso hojas de gordolobo con agua hirviendo en un pocillo para preparar un té. Ana sentada en la mesa fumaba un cigarro mientras le contaba a su abuela lo que le había estado pasando. Ambas concluyeron que se trataba de un fantasma que le intentaba decir algo; el consejo que fue recibido por parte de la abuela fue la próxima vez que se le apareciera, lo más tranquila que pudiera le preguntara qué era lo que buscaba o quería de ella.

Al día siguiente Ana dudo en ir a enfrentar a este “fantasma!” pero el hecho de ya no querer seguir sufriendo por las noches y su ansiado deseo por dormir una noche en paz la motivo a regresar a casa. Lo primero que hizo al llegar al departamento que habitaba fue preparar café y fumar un cigarro. Ya en la cama su mente no la dejaba en paz, imaginaba si sería capaz de poder hablar con esta entidad por lo que no lograba dormir y veía continuamente el reloj, dos, dos y media, dos cincuenta….. Ella sabía que a las tres de la mañana iniciaría el horario en que el “fantasma” aparecería, llegó la hora y no pasaba nada lo cual hizo pensar a Ana que los sustos la dejarían por fin en paz. Se sentó en el borde de la cama con la mirada hacía el suelo, después de un par de segundos sintió como si alguien estuviera en el cuarto, sin voltear al frente dio un suspiro; con una fuerte taquicardia y lo más tranquila que pudo soltó la pregunta:

-¿Qué es lo que quieres?

Al decir esto escuchó cómo era abierta la puerta de su cuarto y un pequeño flujo de aire salía. Se puso de pie para correr a cerrar la puerta, al hacerlo, alcanzó a ver sobre su escritorio un sobre blanco el cual tenía escrito su nombre: Ana. Tomo el sobre y con cierto temor lo abrió. Dentro del sobre se encontraban unas hojas blancas escritas, una carta, la cual no estaba dirigida a ella, si no a otra persona. Comenzó a leer.

Idalid.

No sé cómo iniciar esta carta, antes que nada te ofrezco mis más sinceras disculpas de todo corazón y me arrepiento por aquella decisión que tomé aquel día.

Aun recuerdo aquella noche amor, dónde me dijiste que estabas muy confundida, que tenías que tomar tu distancia, que no te sentías libre; si tan sólo hubiera sabido que era momentáneo. Recuerdo que no te escuché y que me fui de ese café dejándote sola. Estaba muy enojado y quizá más confundido que tú. Como quisiera regresar el tiempo y decirte lo mucho que te amo y como fui tan tonto como para haberme ido.

Ahora sé que no puedo regresar el tiempo, que toda acción tiene sus consecuencias y que algunas son irreparables pero quiero que sepas que nunca te dejé de amar y pienso en ti todos los días.  No pienses que aquella noche no volví a buscarte porque no quisiera si no porque el destino me tenía preparada otra cosa.

Yo te esperaré todo el tiempo necesario para que volvamos a estar juntos, cuido de ti todas las noches que pasas llorando en vela desde aquella noche. Vayas donde vayas yo te seguiré. No tienes idea las ganas que tengo de volver a besar tus labios.
No importa si a ti misma te engañas o mientes, que no quieres volver a saber de mí. Yo sé que entre mis brazos recobrarás la esperanza. Nunca te recuerdo porque no te olvido por eso te pido desde lo más profundo de mi corazón que me perdones por el error que cometí al salirme corriendo de ese café y no fijarme en los carros que venían al cruzar la avenida.

No te quiero volver a ver llorar por las noches con ese nudo en la garganta. Quiero que seas feliz y vivas intensamente día con día. Perdóname amor mío, mi pequeña Idalid.

Con Amor, tuyo siempre, Edgar.

Las lágrimas brotaban de los ojos de Ana al terminar de leer la carta; un sentimiento parecido a la nostalgia se hizo presente en su corazón mientras secaba las gotas de su rostro; al hacer esto una mano tocó su hombro, esta vez no estaba fría como solía sentirla, ahora era cálida y pacifica. El contacto fue  recíproco por parte de Ana lo que provocó que aquel hecho se volviera real, o eso creyó ya que cuando se percató tenía la mano en su propio hombro. Dio un fuerte suspiro y dijo con voz entrecortada:

-“Te entiendo, sé lo que significa una pérdida así”.

Dejó la carta en el escritorio y notó que en sobre había también una foto, la sacó y se le quedó mirando fijamente, no lograba identificar a las personas en ella, trato de recordar rostros pero fue en vano, de entre todos los rostros que conocía, ninguno cuadraba con los de la foto;  guardó ambos documentos de nueva cuenta en el sobre y éste en un cuaderno que solía cargar  en su mochila. Sacó un cigarro y se recostó en su cama, sólo dio un par de fumadas y se quedó dormida mientras el cigarro se consumía en el cenicero.

Al día siguiente como era la rutina despertó, desayunó, hizo  un poco de ejercicio  y se fue a trabajar. Camino al trabajo pensaba mucho en la carta y lo que estaba escrito. Por la tarde  ya en el restaurante, le tocó atender a una pareja de chicas que sólo tomó café. Después de la partida de una de las comensales la  chica que quedó comenzó a llorar. Ana la observaba de lejos. De pronto, como un destello de luz, la chica volteo a verla, la imagen de ésta chica se grabó en la mente de Ana.

¡Claro! –Exclamo- es la chica de la foto. Corrió rápidamente a su mochila, sacó el cuaderno, tomó el sobre y sacó la foto, observo a la chica y efectivamente era ella. Se acercó a la mesa, dejó una taza de café y le hizo entrega del sobre con ambos documentos diciéndole que se la mandaban; para sorpresa de Ana el sobre ya no tenía su nombre escrito. Regreso a la cocina y continuó observando a la chica la cual algo atónita por lo que le había sido entregado. Comenzó a leer la carta, al hacerlo las lágrimas escurrían por su rostro a la par que una sonrisa se dibujaba en su cara. Tomó la carta y la acercó a su pecho dando un gran suspiro con los ojos cerrados.
Ana se escondió en la cocina ya que la chica comenzó a buscarla con la mirada por todos lados; así estuvo un rato y al no tener éxito se puso de pie, dejó un billete de doscientos pesos en la mesa y salió del lugar.

 Desde aquel día deje de visitar la casa de Ana por las noches.


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