De nueva cuenta uso la misma fórmula, si bien estoy consciente de ella es mayor la fuerza de mi alma para no dejar de usarla: esperar a que el vaso se llene.
Me encuentro sentado en una cafetería en el centro de la ciudad, si no me equivoco, ésta se encuentra en la calle dieciséis de septiembre, sentado en la parte de afuera, en la terraza pero con el impedimento de prender un cigarro, puedo esperar. Tengo una cita con unas personas encargadas de una revista digital, las cuales no han llegado, la hora acordada era hace veinticinco minutos supuestamente en esta cafetería, existe otra un par de cuadras hacía la derecha, específicamente en la calle de Gante, ambas pertenecen a la misma franquicia pero quiero pensar que la cita es en la que yo me encuentro.
Contaré un par de anécdotas que no supe colocar en otro escrito o que no lograron fusionarse con más ideas.
La primera fue la semana pasada, no recuerdo que día, me dirigía a casa, abordé el vagón en la base que se encuentra en Taxqueña, desde el principio llamo mi atención un singular personaje, pero finalmente - un pasajero más- pensé yo. De saco holgado, zapatos bicolor y pantalón con valenciana de tubo con una larga cadena que colgaba de su bolsillo, del cual sacó un peine, para esto ya había acomodado el poco pero brillante cabello, literalmente brillante, supongo que era por la vaselina que uso para peinarse, para luego marcar bien su peinado con aquel utensilio, desdoblo un pañuelo blanco que sacó del saco y lo acomodó de una forma triangular en la solapa. El tren ya había avanzado dirección Cuatro caminos, en la siguiente estación: General Anaya, subió una señora de aproximadamente cuarenta años, nuestro personaje del cual nunca supe su nombre no dudo no un segundo en pararse y cederle el asiento que ocupaba a la nueva pasajera -- ese fue el inició de su acto-
¡¡ Sin groserías que hay niños y damas presentes!! -grito-
Y con esa frase se presento nuestro singular personaje de unos sesenta y cinco años aproximadamente que presumía de ser un gran mago y advertía fuéramos preparándonos pues daría un gran show. Y así fue, con trucos muy sencillos de magia dónde por la debilidad de su cuerpo, falta de coordinación y sincronía se podía ver el “secreto” de los trucos, uno tras otro nos fue sorprendiendo y hablo en plural porque no sólo fue a mí sino a todos los pasajeros del vagón que logro atraparnos y robarnos la atención por unos diez minutos que fue lo que duro su espectáculo. Si bien, reitero, no eran grandes los trucos que el mago realizaba, lo hacía con unas ganas y un ahínco para logar mantener nuestra atención. Lo hermoso de esto fue que aquel demacrado, sucio y viejo hombre logro arrancarnos una sonrisa a todos los presentes, un regalo para poder recordar que aun somos capaces de hacerlo dentro de este agitado ritmo de vida. Terminado su actuación llena de algarabía todos regresamos a nuestra realidad mientras la imagen de aquel mago se esfumaba dentro de nuestras las ideas y presiones.
La segunda fue algo así como una visión externa, me es difícil de explicarlo la verdad; recuerdo que alguna vez lo hice, logré apartarme de mí y a la vez no, estar en Ernesto y no estarlo, encontrarme en un lugar y a la vez no estarlo, usar mi cuerpo como medio de transporte, ajeno al lugar donde me encuentre y así comenzar andar por esta inmensa ciudad donde vivo y la cual me encanta.
Describiré el recorrido y algunos lugares donde viví esta experiencia los últimos dos días:
El primero, después de pasar la noche en un hotel, disfrutando y descansando fue que me dirigí al norte de la ciudad, no conozco mucho por allá así que con mochila al hombro me dispuse ir a la colonia obrero popular (norte, porque según yo es norte) días entes había tenido una sesión cerca de Azcapotzalco con una banda pero eso lo contaré más adelante, después de entregar unas fotos en esa colonia, cambié de rumbo hacia el sur, específicamente Coyoacán, para ver más cosas de trabajo, al final del día te das cuenta de la versatilidad de personas con que te encuentras, una gran diferencia dentro del mismo país cada vez más marcada, esta diferencia fue más notable el día de hoy.
Cuajimalpa, al poniente de la ciudad, aun mantiene esos tintes rurales, sigue siendo un pueblito dentro de la inmensa urbe, las casas de mis vecinos aun con tejas adobe le dan un folclor tan hermoso, me encanta. Tuve que ir al mercado, ver los puestos aun en el suelo, flores, hongos aun llenos de tierra siendo ofrecidos entre marchantas y güeritas. Un par de horas después me encontraba saliendo del metro Zócalo justo en el corazón de la capital y ahí fue, justo ahí a trescientos metros de esa salida del transporte público.
(Demonios, están a punto de cerrar el café dónde me encuentro, por cierto, esté café es distinto al que mencioné al empezar mi escrito ya que la cita que tenía nunca se llevo a cabo, la chica no llego y ahora me encuentro esperando una segunda cita la cual parece tendrá el mismo fin, pinche suerte la mía….)En fin, ahí en la plancha del Zócalo fue donde se hizo más notable esta increíble diversidad cultural, con todo mi derecho, me reservo la imagen y la descripción de la misma para ti que estás leyendo esto, si quiere saber a lo que me refiero, sal de donde estés y dirígete al lugar que acabo de describir, seguro te toca una imagen parecida a la mía.
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